miércoles, 28 de septiembre de 2011

UN ÚNICO SACRIFICIO


Cuando el Salvador instituyó el Sacramento de la Eucaristía, no se limitó a decir "Éste es mi cuerpo", "esta es mi sangre" sino que añadió: "será entregado por vosotros... derramada por vosotros". No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz algunas horas más tarde, para la salvación de todos. "La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor".

La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, "el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio". Ya lo decía elocuentemente san Juan Crisóstomo: « Nosotros ofrecemos siempre el mismo Cordero, y no uno hoy y otro mañana, sino siempre el mismo. Por esta razón el sacrificio es siempre uno sólo. También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima, que se ofreció entonces y que jamás se consumirá ».

No hay comentarios:

Publicar un comentario