Esta es la segunda parte del discurso de la Vigilia con el Papa en la JMJ de 2002:
...La aspiración que nutre a la humanidad, en medio de incontables sufrimientos e injusticias, es la esperanza de una nueva civilización marcada por la libertad y la paz. Pero ante tal empresa, se necesita una nueva generación de constructores. Motivado no por el temor o la violencia sino por la urgencia del amor genuino, deben aprender a construir ladrillo por ladrillo, la ciudad de Dios dentro de la ciudad del hombre.
¡Permítanme, queridos jóvenes, consignarles mi esperanza: ustedes deben ser esos "constructores"! Ustedes son los hombres y mujeres de mañana. El futuro está en sus corazones y sus manos. Dios les confía la tarea, al mismo tiempo difícil y elevador, de trabajar con él en la construcción de la civilización del amor.
En la carta de Juan -el más joven de los apóstoles, y tal vez por esa razón el más amado por el Señor- hemos escuchado estas palabras: "Dios es luz y en él no hay oscuridad". Pero, observa Juan, nadie ha visto a Dios. Es Jesús, el Hijo único del Padre, quien nos lo ha revelado. Y si Jesús ha revelado a Dios, ha revelado la luz. Con Cristo en efecto "la luz verdadera que alumbra a todo hombre" ha llegado al mundo.
Queridos jóvenes, déjense llevar por la luz de Cristo y difundan esa luz por donde estén. "La luz del rostro de Jesús - afirma el Catecismo de la Iglesia Católica- ilumina los ojos de nuestro corazón y nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y compasión por todos".
Si su amistad con Cristo, su conocimiento de su misterio, su entrega generosa a él, son genuinos y profundos, ustedes se convertirán en "la luz del mundo". Por esta razón, les repito las palabras del Evangelio: "Brille así vuestra luz delante de los hombres , para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo".
Esta noche, el Papa junto con todos ustedes, jóvenes de todos los continentes, reafirma ante el mundo la fe que sostienen la vida de la Iglesia. Cristo es la luz de las naciones. Él murió y resucitó para devolver a quienes peregrinan a través del tiempo la esperanza de la eternidad. El Evangelio no daña algo humano: cada valor auténtico, en cualquier cultura que aparezca es aceptado y elevado por Cristo. Sabiendo esto, los cristianos no pueden fallar al sentir en sus corazones el orgullo y la responsabilidad de su llamado a ser testigos de la luz del Evangelio.
Precisamente por esta razón, les digo esta noche: dejen que la luz de Cristo brille en sus vidas! No esperen a ser mayores para preparar su camino de santidad! La santidad siempre es joven, así como eterna es la juventud de Dios.
Comuniquen a todos la belleza del contacto Dios que da significado a sus vidas. En la búsqueda por la justicia, en la promoción de la paz, en su compromiso de fraternidad y solidaridad, no permitan que los superen!
Qué bella es la canción que hemos escuchado estos días:
"Luz del mundo! Sal de la tierra!
Sean para el mundo el rostro de amor!
Sean para la tierra el reflejo de su luz!"
Es el regalo más bello y precioso que pueden dar a la Iglesia y el mundo. Ustedes saben que el Papa está con ustedes, con su oración y bendición.
...La aspiración que nutre a la humanidad, en medio de incontables sufrimientos e injusticias, es la esperanza de una nueva civilización marcada por la libertad y la paz. Pero ante tal empresa, se necesita una nueva generación de constructores. Motivado no por el temor o la violencia sino por la urgencia del amor genuino, deben aprender a construir ladrillo por ladrillo, la ciudad de Dios dentro de la ciudad del hombre.
¡Permítanme, queridos jóvenes, consignarles mi esperanza: ustedes deben ser esos "constructores"! Ustedes son los hombres y mujeres de mañana. El futuro está en sus corazones y sus manos. Dios les confía la tarea, al mismo tiempo difícil y elevador, de trabajar con él en la construcción de la civilización del amor.
En la carta de Juan -el más joven de los apóstoles, y tal vez por esa razón el más amado por el Señor- hemos escuchado estas palabras: "Dios es luz y en él no hay oscuridad". Pero, observa Juan, nadie ha visto a Dios. Es Jesús, el Hijo único del Padre, quien nos lo ha revelado. Y si Jesús ha revelado a Dios, ha revelado la luz. Con Cristo en efecto "la luz verdadera que alumbra a todo hombre" ha llegado al mundo.
Queridos jóvenes, déjense llevar por la luz de Cristo y difundan esa luz por donde estén. "La luz del rostro de Jesús - afirma el Catecismo de la Iglesia Católica- ilumina los ojos de nuestro corazón y nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y compasión por todos".
Si su amistad con Cristo, su conocimiento de su misterio, su entrega generosa a él, son genuinos y profundos, ustedes se convertirán en "la luz del mundo". Por esta razón, les repito las palabras del Evangelio: "Brille así vuestra luz delante de los hombres , para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo".
Esta noche, el Papa junto con todos ustedes, jóvenes de todos los continentes, reafirma ante el mundo la fe que sostienen la vida de la Iglesia. Cristo es la luz de las naciones. Él murió y resucitó para devolver a quienes peregrinan a través del tiempo la esperanza de la eternidad. El Evangelio no daña algo humano: cada valor auténtico, en cualquier cultura que aparezca es aceptado y elevado por Cristo. Sabiendo esto, los cristianos no pueden fallar al sentir en sus corazones el orgullo y la responsabilidad de su llamado a ser testigos de la luz del Evangelio.
Precisamente por esta razón, les digo esta noche: dejen que la luz de Cristo brille en sus vidas! No esperen a ser mayores para preparar su camino de santidad! La santidad siempre es joven, así como eterna es la juventud de Dios.
Comuniquen a todos la belleza del contacto Dios que da significado a sus vidas. En la búsqueda por la justicia, en la promoción de la paz, en su compromiso de fraternidad y solidaridad, no permitan que los superen!
Qué bella es la canción que hemos escuchado estos días:
"Luz del mundo! Sal de la tierra!
Sean para el mundo el rostro de amor!
Sean para la tierra el reflejo de su luz!"
Es el regalo más bello y precioso que pueden dar a la Iglesia y el mundo. Ustedes saben que el Papa está con ustedes, con su oración y bendición.
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