viernes, 30 de septiembre de 2011
MYSTERIUM FIDEI
La representación sacramental en la Santa Misa del sacrificio de Cristo, coronado por su resurrección, implica una presencia muy especial que –citando las palabras de Pablo VI– « se llama “real”, no por exclusión, como si las otras no fueran “reales”, sino por antonomasia, porque es sustancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro ». Se recuerda así la doctrina siempre válida del Concilio de Trento: « Por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. Esta conversión, propia y convenientemente, fue llamada transustanciación por la santa Iglesia Católica ». Verdaderamente la Eucaristía es « mysterium fidei », misterio que supera nuestro pensamiento y puede ser acogido sólo en la fe, como a menudo recuerdan las catequesis patrísticas sobre este divino Sacramento. « No veas –exhorta san Cirilo de Jerusalén– en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa ».
« Adoro te devote, latens Deitas », seguiremos cantando con el Doctor Angélico. Ante este misterio de amor, la razón humana experimenta toda su limitación. Se comprende cómo, a lo largo de los siglos, esta verdad haya obligado a la teología a hacer arduos esfuerzos para entenderla.
Son esfuerzos loables, tanto más útiles y penetrantes cuanto mejor consiguen conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la « fe vivida » de la Iglesia, percibida especialmente en el « carisma de la verdad » del Magisterio y en la « comprensión interna de los misterios », a la que llegan sobre todo los santos. La línea fronteriza es la señalada por Pablo VI: « Toda explicación teológica que intente buscar alguna inteligencia de este misterio, debe mantener, para estar de acuerdo con la fe católica, que en la realidad misma, independiente de nuestro espíritu, el pan y el vino han dejado de existir después de la consagración, de suerte que el Cuerpo y la Sangre adorables de Cristo Jesús son los que están realmente delante de nosotros ».
miércoles, 28 de septiembre de 2011
SI HOY CRISTO ESTÁ EN TI, EL RESUCITA CADA DÍA
La Pascua de Cristo incluye, con la pasión y muerte, también su resurrección. Es lo que recuerda la aclamación del pueblo después de la consagración: « Proclamamos tu resurrección ». Efectivamente, el sacrificio eucarístico no sólo hace presente el misterio de la pasión y muerte del Salvador, sino también el misterio de la resurrección, que corona su sacrificio. En cuanto viviente y resucitado, Cristo se hace en la Eucaristía « pan de vida », « pan vivo » .
San Ambrosio lo recordaba a los neófitos, como una aplicación del acontecimiento de la resurrección a su vida: « Si hoy Cristo está en ti, Él resucita para ti cada día ».(20) San Cirilo de Alejandría, a su vez, subrayaba que la participación en los santos Misterios « es una verdadera confesión y memoria de que el Señor ha muerto y ha vuelto a la vida por nosotros y para beneficio nuestro ».
UN ÚNICO SACRIFICIO
Cuando el Salvador instituyó el Sacramento de la Eucaristía, no se limitó a decir "Éste es mi cuerpo", "esta es mi sangre" sino que añadió: "será entregado por vosotros... derramada por vosotros". No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz algunas horas más tarde, para la salvación de todos. "La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor".
La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, "el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio". Ya lo decía elocuentemente san Juan Crisóstomo: « Nosotros ofrecemos siempre el mismo Cordero, y no uno hoy y otro mañana, sino siempre el mismo. Por esta razón el sacrificio es siempre uno sólo. También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima, que se ofreció entonces y que jamás se consumirá ».
lunes, 26 de septiembre de 2011
UN DON, ANTE TODO, AL PADRE
La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica. Lo que se repite es su celebración memorial, la « manifestación memorial » (memorialis demonstratio), por la cual el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se actualiza siempre en el tiempo. La naturaleza sacrificial del Misterio eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario.
Por su íntima relación con el sacrificio del Gólgota, la Eucaristía es sacrificio en sentido propio y no sólo en sentido genérico, como si se tratara del mero ofrecimiento de Cristo a los fieles como alimento espiritual. En efecto, el don de su amor y de su obediencia hasta el extremo de dar la vida, es en primer lugar un don a su Padre. Ciertamente es un don en favor nuestro, más aún, de toda la humanidad , pero don ante todo al Padre: « sacrificio que el Padre aceptó, correspondiendo a esta donación total de su Hijo que se hizo “obediente hasta la muerte” (Fl 2, 8) con su entrega paternal, es decir, con el don de la vida nueva e inmortal en la resurrección ».(18)
Al entregar su sacrificio a la Iglesia, Cristo ha querido además hacer suyo el sacrificio espiritual de la Iglesia, llamada a ofrecerse también a sí misma unida al sacrificio de Cristo. Por lo que concierne a todos los fieles, el Concilio Vaticano II enseña que « al participar en el sacrificio eucarístico, fuente y cima de la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos con ella ».
domingo, 25 de septiembre de 2011
UN ÚNICO SACRIFICIO
Cuando el Salvador instituyó el Sacramento de la Eucaristía, no se limitó a decir "Éste es mi cuerpo", "esta es mi sangre" sino que añadió: "será entregado por vosotros... derramada por vosotros". No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz algunas horas más tarde, para la salvación de todos. "La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor".
La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, "el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio". Ya lo decía elocuentemente san Juan Crisóstomo: « Nosotros ofrecemos siempre el mismo Cordero, y no uno hoy y otro mañana, sino siempre el mismo. Por esta razón el sacrificio es siempre uno sólo. También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima, que se ofreció entonces y que jamás se consumirá ».
sábado, 24 de septiembre de 2011
AMOR HASTA EL EXTREMO
Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y « se realiza la obra de nuestra redención ». Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente. Ésta es la fe de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. Ésta es la fe que el Magisterio de la Iglesia ha reiterado continuamente con gozosa gratitud por tan inestimable don. Deseo, una vez más, llamar la atención sobre esta verdad, poniéndome con vosotros, mis queridos hermanos y hermanas, en adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega « hasta el extremo » (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida.
viernes, 23 de septiembre de 2011
LA EUCARISTÍA ES UN DON POR EXCELENCIA
« El Señor Jesús, la noche en que fue entregado », instituyó el Sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos.Esta verdad la expresan bien las palabras con las cuales, en el rito latino, el pueblo responde a la proclamación del « misterio de la fe » que hace el sacerdote: « Anunciamos tu muerte, Señor ».
La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada al pasado, pues « todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos... ».
La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada al pasado, pues « todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos... ».
jueves, 22 de septiembre de 2011
COMUNIÓN Y ADORACIÓN
Hasta encontrar estas líneas en la encíclica de Juan Pablo II la idea de "aprovechar" como Católico la Eucaristía, me venía únicamente hacia la comunión constante, pero ciertamente las adoraciones nocturnas y las Horas Santas frente al Santísimo son dos extraordinarias maneras de aprovechar esta PRESENCIA de Cristo en medio de nosotros:
En muchos lugares, la adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad. La participación devota de los fieles en la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia de Dios, que cada año llena de gozo a quienes toman parte en ella. Y se podrían mencionar otros signos positivos de fe y amor eucarístico.
Desgraciadamente, junto a estas luces, no faltan sombras. En efecto, hay sitios donde se constata un abandono casi total del culto de adoración eucarística. A esto se añaden, en diversos contextos eclesiales, ciertos abusos que contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable Sacramento. Se nota a veces una comprensión muy limitada del Misterio eucarístico. Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno. Además, queda a veces oscurecida la necesidad del sacerdocio ministerial, que se funda en la sucesión apostólica, y la sacramentalidad de la Eucaristía se reduce únicamente a la eficacia del anuncio. También por eso, aquí y allá, surgen iniciativas ecuménicas que, aun siendo generosas en su intención, transigen con prácticas eucarísticas contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe. ¿Cómo no manifestar profundo dolor por todo esto? La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones.
Confío en que esta Carta encíclica contribuya eficazmente a disipar las sombras de doctrinas y prácticas no aceptables, para que la Eucaristía siga resplandeciendo con todo el esplendor de su misterio.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
LO MAS PRECIOSO QUE TIENE LA IGLESIA ES LA PRESENCIA SALVADORA DE JESÚS EN LA EUCARISTÍA
Desde que inicié mi ministerio de Sucesor de Pedro, he reservado siempre para el Jueves Santo, día de la Eucaristía y del Sacerdocio, un signo de particular atención, dirigiendo una carta a todos los sacerdotes del mundo.
Cuando pienso en la Eucaristía, mirando mi vida de sacerdote, de Obispo y de Sucesor de Pedro, me resulta espontáneo recordar tantos momentos y lugares en los que he tenido la gracia de celebrarla. Recuerdo la iglesia parroquial de Niegowic donde desempeñé mi primer encargo pastoral, la colegiata de San Florián en Cracovia, la catedral del Wawel, la basílica de San Pedro y muchas basílicas e iglesias de Roma y del mundo entero. He podido celebrar la Santa Misa en capillas situadas en senderos de montaña, a orillas de los lagos, en las riberas del mar; la he celebrado sobre altares construidos en estadios, en las plazas de las ciudades... Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico.¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada. De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad. Verdaderamente, éste es el mysterium fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo.
La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia.
Cuando pienso en la Eucaristía, mirando mi vida de sacerdote, de Obispo y de Sucesor de Pedro, me resulta espontáneo recordar tantos momentos y lugares en los que he tenido la gracia de celebrarla. Recuerdo la iglesia parroquial de Niegowic donde desempeñé mi primer encargo pastoral, la colegiata de San Florián en Cracovia, la catedral del Wawel, la basílica de San Pedro y muchas basílicas e iglesias de Roma y del mundo entero. He podido celebrar la Santa Misa en capillas situadas en senderos de montaña, a orillas de los lagos, en las riberas del mar; la he celebrado sobre altares construidos en estadios, en las plazas de las ciudades... Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico.¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada. De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad. Verdaderamente, éste es el mysterium fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo.
La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia.
martes, 20 de septiembre de 2011
CONTEMPLAR EL ROSTRO DE CRISTO Y CONTEMPLARLO CON MARÍA
¡Misterio de la Fe! Cuando el sacerdote pronuncia o canta estas palabras, los presentes aclaman: « Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús! ».
Con éstas o parecidas palabras, la Iglesia, a la vez que se refiere a Cristo en el misterio de su Pasión, revela también su propio misterio: Ecclesia de Eucharistia. Si con el don del Espíritu Santo en Pentecostés la Iglesia nace y se encamina por las vías del mundo, un momento decisivo de su formación es ciertamente la institución de la Eucaristía en el Cenáculo. Su fundamento y su hontanar es todo el Triduum paschale, pero éste está como incluido, anticipado, y « concentrado » para siempre en el don eucarístico. En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una misteriosa « contemporaneidad » entre aquel Triduum y el transcurrir de todos los siglos.
Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud. El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos tienen una « capacidad » verdaderamente enorme, en la que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención. Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística. Pero, de modo especial, debe acompañar al ministro de la Eucaristía. En efecto, es él quien, gracias a la facultad concedida por el sacramento del Orden sacerdotal, realiza la consagración. Con la potestad que le viene del Cristo del Cenáculo, dice: « Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros... Éste es el cáliz de mi sangre, que será derramada por vosotros ». El sacerdote pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo y quiso que fueran repetidas de generación en generación por todos los que en la Iglesia participan ministerialmente de su sacerdocio.
Con la presente Carta encíclica, deseo suscitar este « asombro » eucarístico, en continuidad con la herencia jubilar que he querido dejar a la Iglesia con la Carta apostólica Novo millennio ineunte y con su coronamiento mariano Rosarium Virginis Mariae. Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el « programa » que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, « misterio de luz ».(3)Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: « Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron ».
Con éstas o parecidas palabras, la Iglesia, a la vez que se refiere a Cristo en el misterio de su Pasión, revela también su propio misterio: Ecclesia de Eucharistia. Si con el don del Espíritu Santo en Pentecostés la Iglesia nace y se encamina por las vías del mundo, un momento decisivo de su formación es ciertamente la institución de la Eucaristía en el Cenáculo. Su fundamento y su hontanar es todo el Triduum paschale, pero éste está como incluido, anticipado, y « concentrado » para siempre en el don eucarístico. En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una misteriosa « contemporaneidad » entre aquel Triduum y el transcurrir de todos los siglos.
Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud. El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos tienen una « capacidad » verdaderamente enorme, en la que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención. Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística. Pero, de modo especial, debe acompañar al ministro de la Eucaristía. En efecto, es él quien, gracias a la facultad concedida por el sacramento del Orden sacerdotal, realiza la consagración. Con la potestad que le viene del Cristo del Cenáculo, dice: « Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros... Éste es el cáliz de mi sangre, que será derramada por vosotros ». El sacerdote pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo y quiso que fueran repetidas de generación en generación por todos los que en la Iglesia participan ministerialmente de su sacerdocio.
Con la presente Carta encíclica, deseo suscitar este « asombro » eucarístico, en continuidad con la herencia jubilar que he querido dejar a la Iglesia con la Carta apostólica Novo millennio ineunte y con su coronamiento mariano Rosarium Virginis Mariae. Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el « programa » que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, « misterio de luz ».(3)Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: « Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron ».
lunes, 19 de septiembre de 2011
HE LLEGADO A ESTA HORA PARA ESTO...
La Iglesia nace del Misterio Pascual. Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial. Se puede observar esto ya desde las primeras imágenes de la Iglesia que nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles: « Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones ». La « fracción del pan » evoca la Eucaristía. Después de dos mil años seguimos reproduciendo aquella imagen primigenia de la Iglesia. Y, mientras lo hacemos en la celebración eucarística, los ojos del alma se dirigen al Triduo pascual: a lo que ocurrió la tarde del Jueves Santo, durante la Última Cena y después de ella. La institución de la Eucaristía, en efecto, anticipaba sacramentalmente los acontecimientos que tendrían lugar poco más tarde, a partir de la agonía en Getsemaní. Vemos a Jesús que sale del Cenáculo, baja con los discípulos, atraviesa el arroyo Cedrón y llega al Huerto de los Olivos. En aquel huerto quedan aún hoy algunos árboles de olivo muy antiguos. Tal vez fueron testigos de lo que ocurrió a su sombra aquella tarde, cuando Cristo en oración experimentó una angustia mortal y « su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra ». La sangre, que poco antes había entregado a la Iglesia como bebida de salvación en el Sacramento eucarístico, comenzó a ser derramada; su efusión se completaría después en el Gólgota, convirtiéndose en instrumento de nuestra redención: « Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros [...] penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna »
A la hora de nuestra redención Jesús, aunque sometido a una prueba terrible, no huye ante su « hora »: « ¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! » .
Desea que los discípulos le acompañen y, sin embargo, debe experimentar la soledad y el abandono: « ¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tentación » . Sólo Juan permanecerá al pie de la Cruz, junto a María y a las piadosas mujeres. La agonía en Getsemaní ha sido la introducción a la agonía de la Cruz del Viernes Santo. La hora santa, la hora de la redención del mundo. Cuando se celebra la Eucaristía ante la tumba de Jesús, en Jerusalén, se retorna de modo casi tangible a su « hora », la hora de la cruz y de la glorificación. A aquel lugar y a aquella hora vuelve espiritualmente todo presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la comunidad cristiana que participa en ella.
« Fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos ». A las palabras de la profesión de fe hacen eco las palabras de la contemplación y la proclamación: « Ecce lignum crucis in quo salus mundi pependit. Venite adoremus ». Ésta es la invitación que la Iglesia hace a todos en la tarde del Viernes Santo. Y hará de nuevo uso del canto durante el tiempo pascual para proclamar: « Surrexit Dominus de sepulcro qui pro nobis pependit in ligno. Aleluya ».
A la hora de nuestra redención Jesús, aunque sometido a una prueba terrible, no huye ante su « hora »: « ¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! » .
Desea que los discípulos le acompañen y, sin embargo, debe experimentar la soledad y el abandono: « ¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tentación » . Sólo Juan permanecerá al pie de la Cruz, junto a María y a las piadosas mujeres. La agonía en Getsemaní ha sido la introducción a la agonía de la Cruz del Viernes Santo. La hora santa, la hora de la redención del mundo. Cuando se celebra la Eucaristía ante la tumba de Jesús, en Jerusalén, se retorna de modo casi tangible a su « hora », la hora de la cruz y de la glorificación. A aquel lugar y a aquella hora vuelve espiritualmente todo presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la comunidad cristiana que participa en ella.
« Fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos ». A las palabras de la profesión de fe hacen eco las palabras de la contemplación y la proclamación: « Ecce lignum crucis in quo salus mundi pependit. Venite adoremus ». Ésta es la invitación que la Iglesia hace a todos en la tarde del Viernes Santo. Y hará de nuevo uso del canto durante el tiempo pascual para proclamar: « Surrexit Dominus de sepulcro qui pro nobis pependit in ligno. Aleluya ».
domingo, 18 de septiembre de 2011
LA EUCARISTÍA Y SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
Honestamente, sin tener mucha idea de a dónde ir o por dónde empezar con este blog, pensé que lo mejor era iniciar presentando un poco sobre las encíclicas de Juan Pablo II, considerando que son,quizá, los escritos más importantes que nos dejó.
De entrada creo que vale la pena mencionar que escribió 14 encíclicas, bueno, trece encíclicas y una epístola. Quien sepa de estas cosas me podrá mandar un mensaje con la diferencia... digamos que hay 14 escritos que son los más importantes de su pontificado.
Quise empezar por el último y me he llevado una sorpresa, porque habla justamente sobre la Eucaristía, y me habla de ella en un momento en que para mi vida espiritual francamente no ha tenido la relevancia y la gran importancia que debería tener, así que me sumerjo en el misterio de ver qué es lo que Dios quiere enseñarme esta noche a través de este prodigioso escrito, subrayaré las ideas que me parezcan más importantes y pues, veamos con que maravillas nos encontramos:
La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: « He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo »; en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.
Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es « fuente y cima de toda la vida cristiana ». « La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo ». Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor.
Bien... llevo dos párrafos y ya me siento suficientemente vapuleado: primero, si la Iglesia vive de la Eucaristía, debería comprender que mi alma católica vive de ella, me pregunto ¿cómo pensaba sobrevivir los cuarenta años de vida que espero me sigan sin acercarme a Cristo Eucaristía?....
La segunda y mas fuerte, cuántas veces he reprochado a Dios no estar conmigo, y ahora me pregunto, ¿cuántas veces me he acercado para que esté conmigo?, El cumple su palabra y está presente y me acompaña todos los días hasta el fin del mundo... ahí, en el Pan del Cielo, en la Sagrada Eucaristía; probablemente sea una idea inteligente acercarme a la misa, confesarme para poder, dignamente, recibir a Cristo, que seguramente está ansioso de que se pueda cumplir completamente su promesa... Tal vez así mi espíritu católico POR FIN VIVA.
De entrada creo que vale la pena mencionar que escribió 14 encíclicas, bueno, trece encíclicas y una epístola. Quien sepa de estas cosas me podrá mandar un mensaje con la diferencia... digamos que hay 14 escritos que son los más importantes de su pontificado.
Quise empezar por el último y me he llevado una sorpresa, porque habla justamente sobre la Eucaristía, y me habla de ella en un momento en que para mi vida espiritual francamente no ha tenido la relevancia y la gran importancia que debería tener, así que me sumerjo en el misterio de ver qué es lo que Dios quiere enseñarme esta noche a través de este prodigioso escrito, subrayaré las ideas que me parezcan más importantes y pues, veamos con que maravillas nos encontramos:
La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: « He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo »; en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.
Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es « fuente y cima de toda la vida cristiana ». « La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo ». Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor.
Bien... llevo dos párrafos y ya me siento suficientemente vapuleado: primero, si la Iglesia vive de la Eucaristía, debería comprender que mi alma católica vive de ella, me pregunto ¿cómo pensaba sobrevivir los cuarenta años de vida que espero me sigan sin acercarme a Cristo Eucaristía?....
La segunda y mas fuerte, cuántas veces he reprochado a Dios no estar conmigo, y ahora me pregunto, ¿cuántas veces me he acercado para que esté conmigo?, El cumple su palabra y está presente y me acompaña todos los días hasta el fin del mundo... ahí, en el Pan del Cielo, en la Sagrada Eucaristía; probablemente sea una idea inteligente acercarme a la misa, confesarme para poder, dignamente, recibir a Cristo, que seguramente está ansioso de que se pueda cumplir completamente su promesa... Tal vez así mi espíritu católico POR FIN VIVA.
sábado, 17 de septiembre de 2011
LA DESPEDIDA
En el último discurso a los jóvenes fuera de Roma que Juan Pablo II diera en vida, nos dijo que en momentos de escándalos y dificultades, la Iglesia "tiene más necesidad todavía de jóvenes santos".
...No se desalienten por las culpas y las faltas de algunos de sus hijos- dijo hablando de la Iglesia reconociendo el daño provocado por algunos sacerdotes y religiosos a personas jóvenes o frágiles: "nos llena a todos de un profundo sentido de tristeza y vergüenza", pero añadió que pusiéramos nuestra atención "en la gran mayoría de sacerdotes y religiosos generosamente comprometidos con el único deseo de servir y hacer el bien".
"Si en lo profundo de sus corazón sienten el resonar de la llamada al sacerdocio o a la vida consagrada, no tengan miedo de seguir a Cristo en el camino de la Cruz -alentó-. En los momentos difíciles de la historia de la Iglesia, el deber de la santidad se hace todavía más urgente. Y la santidad no es una cuestión de edad".
Feliz por el espectáculo de color y alegría que veían sus ojos, valoró la juventud de los presentes y sostuvo que "el Papa está viejo y cansado", a lo que la multitud respondió, a modo de improvisado diálogo, con un grito insistente: "El Papa es joven, el Papa es joven".
Sin embargo, los interrumpió para aclarar: "El Papa todavía se identifica con sus expectativas y con sus esperanzas. Si bien he vivido entre muchas tinieblas, bajo duros regímenes totalitarios, he visto lo suficiente como para convencerme de manera inquebrantable de que ninguna dificultad, ningún miedo es tan grande como para poder sofocar completamente la esperanza que palpita siempre en el corazón de los jóvenes".
"¡No dejen que muera esa esperanza! -exclamó- ¡Arriesguen su vida por ella! Nosotros no somos la suma de nuestras debilidades y nuestros fracasos; por el contrario, somos la suma del amor del Padre por nosotros y de nuestra real capacidad para convertirnos en imagen de su Hijo".
Casi al final de la conmovedora celebración eucarística, el Papa expresó su deseo de que "los compromisos que han tomado en estos días de fe y celebración les traigan abundantes frutos de dedicación y testimonio".
Tras agradecer especialmente a los obispos de la Conferencia Episcopal canadiense y al Comité Organizador, el Pontífice tuvo una palabra especial para los jóvenes de habla hispana, a quienes los exhortó a "responder generosamente al llamado del Señor. Dejen que su fe brille en el mundo, que sus acciones muestren su compromiso con el mensaje salvífico del Evangelio"
"Nunca pierdan de vista su herencia cristiana -concluyó-. Es ahí donde encontrarán la sabiduría y el coraje que necesitan para enfrentar los enormes desafíos morales y éticos de nuestros tiempos. Los confío a todos a la protección de Nuestra Señora de Jasna Góra".+
...No se desalienten por las culpas y las faltas de algunos de sus hijos- dijo hablando de la Iglesia reconociendo el daño provocado por algunos sacerdotes y religiosos a personas jóvenes o frágiles: "nos llena a todos de un profundo sentido de tristeza y vergüenza", pero añadió que pusiéramos nuestra atención "en la gran mayoría de sacerdotes y religiosos generosamente comprometidos con el único deseo de servir y hacer el bien".
"Si en lo profundo de sus corazón sienten el resonar de la llamada al sacerdocio o a la vida consagrada, no tengan miedo de seguir a Cristo en el camino de la Cruz -alentó-. En los momentos difíciles de la historia de la Iglesia, el deber de la santidad se hace todavía más urgente. Y la santidad no es una cuestión de edad".
Feliz por el espectáculo de color y alegría que veían sus ojos, valoró la juventud de los presentes y sostuvo que "el Papa está viejo y cansado", a lo que la multitud respondió, a modo de improvisado diálogo, con un grito insistente: "El Papa es joven, el Papa es joven".
Sin embargo, los interrumpió para aclarar: "El Papa todavía se identifica con sus expectativas y con sus esperanzas. Si bien he vivido entre muchas tinieblas, bajo duros regímenes totalitarios, he visto lo suficiente como para convencerme de manera inquebrantable de que ninguna dificultad, ningún miedo es tan grande como para poder sofocar completamente la esperanza que palpita siempre en el corazón de los jóvenes".
"¡No dejen que muera esa esperanza! -exclamó- ¡Arriesguen su vida por ella! Nosotros no somos la suma de nuestras debilidades y nuestros fracasos; por el contrario, somos la suma del amor del Padre por nosotros y de nuestra real capacidad para convertirnos en imagen de su Hijo".
Casi al final de la conmovedora celebración eucarística, el Papa expresó su deseo de que "los compromisos que han tomado en estos días de fe y celebración les traigan abundantes frutos de dedicación y testimonio".
Tras agradecer especialmente a los obispos de la Conferencia Episcopal canadiense y al Comité Organizador, el Pontífice tuvo una palabra especial para los jóvenes de habla hispana, a quienes los exhortó a "responder generosamente al llamado del Señor. Dejen que su fe brille en el mundo, que sus acciones muestren su compromiso con el mensaje salvífico del Evangelio"
"Nunca pierdan de vista su herencia cristiana -concluyó-. Es ahí donde encontrarán la sabiduría y el coraje que necesitan para enfrentar los enormes desafíos morales y éticos de nuestros tiempos. Los confío a todos a la protección de Nuestra Señora de Jasna Góra".+
viernes, 16 de septiembre de 2011
DIOS NOS CONFÍA LA TAREA DE CONSTRUIR LA CIVILIZACIÓN DEL AMOR
Esta es la segunda parte del discurso de la Vigilia con el Papa en la JMJ de 2002:
...La aspiración que nutre a la humanidad, en medio de incontables sufrimientos e injusticias, es la esperanza de una nueva civilización marcada por la libertad y la paz. Pero ante tal empresa, se necesita una nueva generación de constructores. Motivado no por el temor o la violencia sino por la urgencia del amor genuino, deben aprender a construir ladrillo por ladrillo, la ciudad de Dios dentro de la ciudad del hombre.
¡Permítanme, queridos jóvenes, consignarles mi esperanza: ustedes deben ser esos "constructores"! Ustedes son los hombres y mujeres de mañana. El futuro está en sus corazones y sus manos. Dios les confía la tarea, al mismo tiempo difícil y elevador, de trabajar con él en la construcción de la civilización del amor.
En la carta de Juan -el más joven de los apóstoles, y tal vez por esa razón el más amado por el Señor- hemos escuchado estas palabras: "Dios es luz y en él no hay oscuridad". Pero, observa Juan, nadie ha visto a Dios. Es Jesús, el Hijo único del Padre, quien nos lo ha revelado. Y si Jesús ha revelado a Dios, ha revelado la luz. Con Cristo en efecto "la luz verdadera que alumbra a todo hombre" ha llegado al mundo.
Queridos jóvenes, déjense llevar por la luz de Cristo y difundan esa luz por donde estén. "La luz del rostro de Jesús - afirma el Catecismo de la Iglesia Católica- ilumina los ojos de nuestro corazón y nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y compasión por todos".
Si su amistad con Cristo, su conocimiento de su misterio, su entrega generosa a él, son genuinos y profundos, ustedes se convertirán en "la luz del mundo". Por esta razón, les repito las palabras del Evangelio: "Brille así vuestra luz delante de los hombres , para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo".
Esta noche, el Papa junto con todos ustedes, jóvenes de todos los continentes, reafirma ante el mundo la fe que sostienen la vida de la Iglesia. Cristo es la luz de las naciones. Él murió y resucitó para devolver a quienes peregrinan a través del tiempo la esperanza de la eternidad. El Evangelio no daña algo humano: cada valor auténtico, en cualquier cultura que aparezca es aceptado y elevado por Cristo. Sabiendo esto, los cristianos no pueden fallar al sentir en sus corazones el orgullo y la responsabilidad de su llamado a ser testigos de la luz del Evangelio.
Precisamente por esta razón, les digo esta noche: dejen que la luz de Cristo brille en sus vidas! No esperen a ser mayores para preparar su camino de santidad! La santidad siempre es joven, así como eterna es la juventud de Dios.
Comuniquen a todos la belleza del contacto Dios que da significado a sus vidas. En la búsqueda por la justicia, en la promoción de la paz, en su compromiso de fraternidad y solidaridad, no permitan que los superen!
Qué bella es la canción que hemos escuchado estos días:
"Luz del mundo! Sal de la tierra!
Sean para el mundo el rostro de amor!
Sean para la tierra el reflejo de su luz!"
Es el regalo más bello y precioso que pueden dar a la Iglesia y el mundo. Ustedes saben que el Papa está con ustedes, con su oración y bendición.
...La aspiración que nutre a la humanidad, en medio de incontables sufrimientos e injusticias, es la esperanza de una nueva civilización marcada por la libertad y la paz. Pero ante tal empresa, se necesita una nueva generación de constructores. Motivado no por el temor o la violencia sino por la urgencia del amor genuino, deben aprender a construir ladrillo por ladrillo, la ciudad de Dios dentro de la ciudad del hombre.
¡Permítanme, queridos jóvenes, consignarles mi esperanza: ustedes deben ser esos "constructores"! Ustedes son los hombres y mujeres de mañana. El futuro está en sus corazones y sus manos. Dios les confía la tarea, al mismo tiempo difícil y elevador, de trabajar con él en la construcción de la civilización del amor.
En la carta de Juan -el más joven de los apóstoles, y tal vez por esa razón el más amado por el Señor- hemos escuchado estas palabras: "Dios es luz y en él no hay oscuridad". Pero, observa Juan, nadie ha visto a Dios. Es Jesús, el Hijo único del Padre, quien nos lo ha revelado. Y si Jesús ha revelado a Dios, ha revelado la luz. Con Cristo en efecto "la luz verdadera que alumbra a todo hombre" ha llegado al mundo.
Queridos jóvenes, déjense llevar por la luz de Cristo y difundan esa luz por donde estén. "La luz del rostro de Jesús - afirma el Catecismo de la Iglesia Católica- ilumina los ojos de nuestro corazón y nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y compasión por todos".
Si su amistad con Cristo, su conocimiento de su misterio, su entrega generosa a él, son genuinos y profundos, ustedes se convertirán en "la luz del mundo". Por esta razón, les repito las palabras del Evangelio: "Brille así vuestra luz delante de los hombres , para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo".
Esta noche, el Papa junto con todos ustedes, jóvenes de todos los continentes, reafirma ante el mundo la fe que sostienen la vida de la Iglesia. Cristo es la luz de las naciones. Él murió y resucitó para devolver a quienes peregrinan a través del tiempo la esperanza de la eternidad. El Evangelio no daña algo humano: cada valor auténtico, en cualquier cultura que aparezca es aceptado y elevado por Cristo. Sabiendo esto, los cristianos no pueden fallar al sentir en sus corazones el orgullo y la responsabilidad de su llamado a ser testigos de la luz del Evangelio.
Precisamente por esta razón, les digo esta noche: dejen que la luz de Cristo brille en sus vidas! No esperen a ser mayores para preparar su camino de santidad! La santidad siempre es joven, así como eterna es la juventud de Dios.
Comuniquen a todos la belleza del contacto Dios que da significado a sus vidas. En la búsqueda por la justicia, en la promoción de la paz, en su compromiso de fraternidad y solidaridad, no permitan que los superen!
Qué bella es la canción que hemos escuchado estos días:
"Luz del mundo! Sal de la tierra!
Sean para el mundo el rostro de amor!
Sean para la tierra el reflejo de su luz!"
Es el regalo más bello y precioso que pueden dar a la Iglesia y el mundo. Ustedes saben que el Papa está con ustedes, con su oración y bendición.
miércoles, 14 de septiembre de 2011
CRISTO, LA PIEDRA ANGULAR
La Vigilia de las Jornadas Mundiales de la Juventud, son enormes campamentos en donde millones de jóvenes banderas en mano nos hemos congregado desde 1985 para alabar, adorar, escuchar a Su Santidad y celebrar la Santa Misa al día siguiente, como "Centinelas de la Mañana". En 2002 la Vigilia fue un evento multitudinario sin precedentes en Canadá, el clima era terrible: sol en la tarde, lluvia al anochecer y mucho viento.
El Papa nos dijo entonces: cuando en 1985, quise comenzar las Jornadas Mundiales de la Juventud, pensaba en las palabras del apóstol San Juan que hemos escuchado esta noche: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos, acerca de la Palabra de Vida. . . os lo anunciamos". Y yo imagine la Jornada Mundial de la Juventud como un momento poderoso en el que los jóvenes del mundo pudiesen encontrarse con Cristo, quien es eternamente joven, y pudiesen aprender de él como ser anunciadores del Evangelio a los otros jóvenes.
Esta noche, junto a ustedes, alabo a Dios y le doy gracias oír el regalo dado a la Iglesia a través de la Jornada Mundial de la Juventud. Millones de jóvenes han tomado parte de ellas, y como resultado se han vuelto mejores y más comprometidos testigos cristianos. Estoy especialmente agradecido con ustedes, porque respondieron a mi invitación de venir aquí a Toronto para "contarle al mundo sobre la alegría que hallaron al encontrarse con Jesucristo, su deseo de conocerlo mejor, cómo están comprometidos a proclamar el Evangelio de salvación en los confines de la tierra!" .
El Nuevo Milenio comenzó con dos escenarios contrastantes: por un lado, la vista de multitudes de peregrinos que llegaron a Roma durante el Gran Jubileo para cruzar la Puerta Santa que es Cristo, nuestro Salvador y Redentor; y por otro, el terrible ataque terrorista en Nueva York, una imagen que es una especie de icono de un mundo donde la hostilidad y el odio parecen prevalecer.
La pregunta que surge es dramática: ¿en qué fundamentos debemos construir la nueva era histórica que emerge de las grandes transformaciones del siglo XX? ¿Es acaso suficiente apoyarnos en la revolución tecnológica que ahora tiene lugar, que parece responder sólo a criterios de productividad y eficiencia, sin referencia alguna a la dimensión espiritual personal o a los valores éticos universales? ¿Es correcto contentarnos con respuestas provisionales a las preguntas fundamentales, y abandonar la vida a los impulsos del instinto, a las sensaciones temporales o a las modas pasajeras?
La pregunta no desaparece: en qué fundamentos, en qué certezas debemos construir nuestras vidas y la vida de la comunidad a la que pertenecemos?
Queridos amigos, espontáneamente en sus corazones, en el entusiasmo de sus años jóvenes ustedes conocen la respuesta y la están dando a través de su presencia esta noche: solo Cristo es la piedra angular en la que es posible construir sólidamente la propia existencia. Sólo Cristo -conocido, contemplado y amado- es el amigo fiel que nunca nos deja caer, que se convierte en nuestro compañero de viaje, y cuyas palabras calientan nuestros corazones.
El siglo veinte trató con frecuencia de actuar sin esa piedra angular y trató de construir la ciudad del hombre sin referencia a Él. Terminó construyendo esa ciudad realmente en contra del hombre! Los cristianos sabemos que no es posible rechazar o ignorara a Dios sin degradar al hombre.
El Papa nos dijo entonces: cuando en 1985, quise comenzar las Jornadas Mundiales de la Juventud, pensaba en las palabras del apóstol San Juan que hemos escuchado esta noche: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos, acerca de la Palabra de Vida. . . os lo anunciamos". Y yo imagine la Jornada Mundial de la Juventud como un momento poderoso en el que los jóvenes del mundo pudiesen encontrarse con Cristo, quien es eternamente joven, y pudiesen aprender de él como ser anunciadores del Evangelio a los otros jóvenes.
Esta noche, junto a ustedes, alabo a Dios y le doy gracias oír el regalo dado a la Iglesia a través de la Jornada Mundial de la Juventud. Millones de jóvenes han tomado parte de ellas, y como resultado se han vuelto mejores y más comprometidos testigos cristianos. Estoy especialmente agradecido con ustedes, porque respondieron a mi invitación de venir aquí a Toronto para "contarle al mundo sobre la alegría que hallaron al encontrarse con Jesucristo, su deseo de conocerlo mejor, cómo están comprometidos a proclamar el Evangelio de salvación en los confines de la tierra!" .
El Nuevo Milenio comenzó con dos escenarios contrastantes: por un lado, la vista de multitudes de peregrinos que llegaron a Roma durante el Gran Jubileo para cruzar la Puerta Santa que es Cristo, nuestro Salvador y Redentor; y por otro, el terrible ataque terrorista en Nueva York, una imagen que es una especie de icono de un mundo donde la hostilidad y el odio parecen prevalecer.
La pregunta que surge es dramática: ¿en qué fundamentos debemos construir la nueva era histórica que emerge de las grandes transformaciones del siglo XX? ¿Es acaso suficiente apoyarnos en la revolución tecnológica que ahora tiene lugar, que parece responder sólo a criterios de productividad y eficiencia, sin referencia alguna a la dimensión espiritual personal o a los valores éticos universales? ¿Es correcto contentarnos con respuestas provisionales a las preguntas fundamentales, y abandonar la vida a los impulsos del instinto, a las sensaciones temporales o a las modas pasajeras?
La pregunta no desaparece: en qué fundamentos, en qué certezas debemos construir nuestras vidas y la vida de la comunidad a la que pertenecemos?
Queridos amigos, espontáneamente en sus corazones, en el entusiasmo de sus años jóvenes ustedes conocen la respuesta y la están dando a través de su presencia esta noche: solo Cristo es la piedra angular en la que es posible construir sólidamente la propia existencia. Sólo Cristo -conocido, contemplado y amado- es el amigo fiel que nunca nos deja caer, que se convierte en nuestro compañero de viaje, y cuyas palabras calientan nuestros corazones.
El siglo veinte trató con frecuencia de actuar sin esa piedra angular y trató de construir la ciudad del hombre sin referencia a Él. Terminó construyendo esa ciudad realmente en contra del hombre! Los cristianos sabemos que no es posible rechazar o ignorara a Dios sin degradar al hombre.
EL PUEBLO DE LAS BIENAVENTURANZAS...
Durante la fiesta de bienvenida a los jóvenes que participaríamos en la Jornada Mundial de la Juventud en el Exhibition Palace de Toronto, Juan Pablo II tomó el Evangelio de las Bienaventuranzas para dar su mensaje:
Nos dijo: muchos les hablan de una alegría que se puede obtener con el dinero, con el éxito, con el poder. Pero, sobre todo, de una alegría que es fruto del placer superficial y efímero de los sentidos. La verdadera alegría -continuó- es una conquista que no se logra sin una lucha larga y difícil. Cristo posee el secreto de la victoria. ¡Sólo caminando con Cristo se puede conquistar la verdadera alegría!.
Con la mirada fija en Cristo, los jóvenes pueden volver a descubrir la vía del perdón y de la reconciliación en un mundo con frecuencia preso de la violencia y del terror. Hemos experimentado con dramática evidencia a lo largo del pasado año el rostro trágico de la maldad humana. Hemos visto lo que sucede cuando reinan el odio, el pecado y la muerte. Pero hoy, la voz de Jesús resuena en medio de nuestra asamblea. Su voz es de vida, de esperanza, de perdón; es una voz de justicia y de paz. ¡Escuchémosla!".
Luego dijo la Iglesia los mira con confianza y espera que se conviertan en el pueblo de las bienaventuranzas. Sólo Jesús es el verdadero Maestro y sólo El presenta un mensaje que no cambia y que responde a las expectativas más profundas del corazón humano. El los llama a ser sal y luz del mundo, a elegir la bondad, a vivir en la justicia, a ser instrumentos de amor y de paz.
“No lo olviden -concluyó el Papa-: ¡Cristo los necesita para realizar su proyecto de salvación! Cristo necesita de su juventud y entusiasmo generoso para hacer resonar su anuncio de alegría en el nuevo milenio. Respondan a su llamamiento poniendo sus vidas al servicio de los hermanos!”
Nos dijo: muchos les hablan de una alegría que se puede obtener con el dinero, con el éxito, con el poder. Pero, sobre todo, de una alegría que es fruto del placer superficial y efímero de los sentidos. La verdadera alegría -continuó- es una conquista que no se logra sin una lucha larga y difícil. Cristo posee el secreto de la victoria. ¡Sólo caminando con Cristo se puede conquistar la verdadera alegría!.
Con la mirada fija en Cristo, los jóvenes pueden volver a descubrir la vía del perdón y de la reconciliación en un mundo con frecuencia preso de la violencia y del terror. Hemos experimentado con dramática evidencia a lo largo del pasado año el rostro trágico de la maldad humana. Hemos visto lo que sucede cuando reinan el odio, el pecado y la muerte. Pero hoy, la voz de Jesús resuena en medio de nuestra asamblea. Su voz es de vida, de esperanza, de perdón; es una voz de justicia y de paz. ¡Escuchémosla!".
Luego dijo la Iglesia los mira con confianza y espera que se conviertan en el pueblo de las bienaventuranzas. Sólo Jesús es el verdadero Maestro y sólo El presenta un mensaje que no cambia y que responde a las expectativas más profundas del corazón humano. El los llama a ser sal y luz del mundo, a elegir la bondad, a vivir en la justicia, a ser instrumentos de amor y de paz.
“No lo olviden -concluyó el Papa-: ¡Cristo los necesita para realizar su proyecto de salvación! Cristo necesita de su juventud y entusiasmo generoso para hacer resonar su anuncio de alegría en el nuevo milenio. Respondan a su llamamiento poniendo sus vidas al servicio de los hermanos!”
martes, 13 de septiembre de 2011
LA FRASE DE ESTE BLOG: EL LEMA DE LA JMJ 2002
Uno de los cuatro momentos en que tuve la oportunidad de estar cerca de Juan Pablo II y definitivamente el más emotivo de todos, fue la Jornada Mundial de la Juventud en Toronto, Canadá.
Fue un encuentro lleno de muchas gracias y una experiencia que recuerdo con mucho cariño aún 10 años después de que sucedió. La exhortación que Juan Pablo II nos hizo en ese extraordinario viaje espiritual han marcado mi vida y siguen siendo una brújula en mis acciones - a veces una brújula olvidada, otras, una brújula que te recuerda que equivocaste el rumbo... cuando Dios da la gracia, una brújula que me ayuda a corregir el rumbo a tiempo.
Aquí les comparto algunas de las frases que yo considero más importantes del Mensaje con el que Juan Pablo II nos invitaba a ir a reunirnos con él en Toronto:
¡Queridos jóvenes!
1. Aún permanece muy vivo en mi memoria el recuerdo de los momentos extraordinarios que hemos vivido juntos en Roma durante el Jubileo del año 2000, robustecidos en la fe, habéis vuelto a casa con la misión que os he confiado: que seáis, en esta aurora del nuevo milenio, testigos valientes del Evangelio.
La celebración de la Jornada Mundial de la Juventud se ha convertido ya en un momento importante de vuestra vida, como lo ha sido para la vida de la Iglesia. Os invito, pues, a que comencéis a prepararos para XVIIª edición de este gran acontecimiento, que se celebrará internacionalmente en Toronto, Canadá, el verano del próximo año. Será una nueva ocasión para encontrar a Cristo, dar testimonio de su presencia en la sociedad contemporánea y llegar a ser constructores de la "civilización del amor y la verdad".
"Vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la luz del mundo", (Mt 5,13-14): éste es el lema que he elegido para la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Las dos imágenes, de la sal y la luz, utilizadas por Jesús, son complementarias y ricas de sentido. En efecto, en la antigüedad se consideraba a la sal y a la luz como elementos esenciales de la vida humana.
"Vosotros sois la sal de la tierra....". Como es bien sabido, una de las funciones principales de la sal es sazonar, dar gusto y sabor a los alimentos. Esta imagen nos recuerda que, por el bautismo, todo nuestro ser ha sido profundamente transformado, porque ha sido "sazonado" con la vida nueva que viene de Cristo. La sal por la que no se desvirtúa la identidad cristiana, incluso en un ambiente hondamente secularizado, es la gracia bautismal que nos ha regenerado, haciéndonos vivir en Cristo y concediendo la capacidad de responder a su llamada para "que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios". Escribiendo a los cristianos de Roma, san Pablo los exhorta a manifestar claramente su modo de vivir y de pensar, diferente del de sus contemporáneos: "no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto".
Durante mucho tiempo, la sal ha sido también el medio usado habitualmente para conservar los alimentos. Como la sal de la tierra, estáis llamados a conservar la fe que habéis recibido y a transmitirla intacta a los demás. Vuestra generación tiene ante sí el gran desafío de mantener integro el depósito de la fe.
¡Descubrid vuestras raíces cristianas, aprended la historia de la Iglesia, profundizad el conocimiento de la herencia espiritual que os ha sido transmitido, seguid a los testigos y a los maestros que os han precedido! Sólo permaneciendo fieles a los mandamientos de Dios, a la alianza que Cristo ha sellado con su sangre derramada en la Cruz, podréis ser los apóstoles y los testigos del nuevo milenio.
Es propio de la condición humana, y especialmente de la juventud, buscar lo absoluto, el sentido y la plenitud de la existencia. Queridos jóvenes, ¡no os contentéis con nada que esté por debajo de los ideales más altos! No os dejéis desanimar por los que, decepcionados de la vida, se han hecho sordos a los deseos más profundos y más auténticos de su corazón. Tenéis razón en no resignaros a las diversiones insulsas, a las modas pasajeras y a los proyectos insignificantes. Si mantenéis grandes deseos para el Señor, sabréis evitar la mediocridad y el conformismo, tan difusos en nuestra sociedad.
"Vosotros sois la luz del mundo....". Para todos aquellos que al principio escucharon a Jesús, al igual que para nosotros, el símbolo de la luz evoca el deseo de verdad y la sed de llegar a la plenitud del conocimiento que están impresos en lo más íntimo de cada ser humano.
Cuando la luz va menguando o desaparece completamente, ya no se consigue distinguir la realidad que nos rodea. En el corazón de la noche podemos sentir temor e inseguridad, esperando sólo con impaciencia la llegada de la luz de la aurora. Queridos jóvenes, ¡a vosotros os corresponde ser los centinela de la mañana que anuncian la llegada del sol que es Cristo resucitado!
La luz de la cual Jesús nos habla en el Evangelio es la de la fe, don gratuito de Dios, que viene a iluminar el corazón y a dar claridad a la inteligencia: "Pues el mismo Dios que dijo: ‘De las tinieblas brille la luz’, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo". Por eso adquieren un relieve especial las palabras de Jesús cuando explica su identidad y su misión: "Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida".
El encuentro personal con Cristo ilumina la vida con una nueva luz, nos conduce por el buen camino y nos compromete a ser sus testigos. Con el nuevo modo que Él nos proporciona de ver el mundo y las personas, nos hace penetrar más profundamente en el misterio de la fe, que no es sólo acoger y ratificar con la inteligencia un conjunto de enunciados teóricos, sino asimilar una experiencia, vivir una verdad; es la sal y la luz de toda la realidad.
En el contexto actual de secularización, en el que muchos de nuestros contemporáneos piensan y viven como si Dios no existiera, o son atraídos por formas de religiosidad irracionales, es necesario que precisamente vosotros, queridos jóvenes, reafirméis que la fe es una decisión personal que compromete toda la existencia. ¡Que el Evangelio sea el gran criterio que guíe las decisiones y el rumbo de vuestra vida! De este modo os haréis misioneros con los gestos y las palabras y, dondequiera que trabajéis y viváis, seréis signos del amor de Dios, testigos creíbles de la presencia amorosa de Cristo. No lo olvidéis: ¡"No se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín".
Así como la sal da sabor a la comida y la luz ilumina las tinieblas, así también la santidad da pleno sentido a la vida, haciéndola un reflejo de la gloria de Dios. ¡Con cuántos santos, también entre los jóvenes, cuenta la historia de la Iglesia! En su amor por Dios han hecho resplandecer las mismas virtudes heroicas ante el mundo, convirtiéndose en modelos de vida propuestos por la Iglesia para que todos les imiten. Entre otros muchos, baste recordar a Inés de Roma, Andrés de Phú Yên, Pedro Calungsod, Josefina Bakhita, Teresa de Lisieux, Pier Giorgio Frassati, Marcel Callo, Francisco Castelló Aleu o, también, Kateri Tekakwitha, la joven iraquesa llamada la "azucena de los Mohawks". Pido a Dios tres veces Santo que, por la intercesión de esta muchedumbre inmensa de testigos, os haga ser santos, queridos jóvenes, ¡los santos del tercer milenio!
Queridos jóvenes, ha llegado el momento de prepararse para la XVII Jornada Mundial de la Juventud. Os dirijo una especial invitación a leer y a profundizar la Carta apostólica Novo milenio ineunte, que he escrito a comienzos de año para acompañar a los bautizados, en esta nueva etapa de la vida de la Iglesia y de los hombres: "Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su "reflejo".
Sí, es la hora de la misión. En vuestras diócesis y en vuestras parroquias, en vuestros movimientos, asociaciones y comunidades, Cristo os llama, la Iglesia os acoge como casa y escuela de comunión y de oración. Profundizad en el estudio de la Palabra de Dios y dejad que ella ilumine vuestra mente y vuestro corazón. Tomad fuerza de la gracia sacramental de la Reconciliación y de la Eucaristía. Tratad asiduamente con el Señor en ese "corazón con corazón" que es la adoración eucarística. Día tras día recibiréis nuevo impulso, que os permitirá confortar a los que sufren y llevar la paz al mundo. Muchas son las personas heridas por la vida, excluida del desarrollo económico, sin un techo, una familia o un trabajo; muchas se pierden tras falsas ilusiones o han abandonado toda esperanza. Contemplando la luz que resplandece sobre el rostro de Cristo resucitado, aprended a vivir como "hijos de la luz e hijos del día" (1 Ts 5, 5), manifestando a todos que "el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad" (Ef 5, 9).
Queridos jóvenes amigos, para todos los que puedan, ¡la cita es en Toronto! En el corazón de una ciudad multicultural y pluriconfesional, anunciaremos la unicidad de Cristo Salvador y la universalidad del misterio de salvación del que la Iglesia es sacramento. Rogaremos por la total comunión entre los cristianos en la verdad y en la caridad, respondiendo a la invitación apremiante de Dios que desea ardientemente "que sean uno como nosotros" (Jn 17, 11).
Venid para hacer resonar en las grandes arterias de Toronto el anuncio gozoso de Cristo, que ama a todos los hombres y lleva a cumplimiento todo germen de bien, de belleza y de verdad existente en la ciudad humana. Venid para contar al mundo vuestra alegría de haber encontrado a Cristo Jesús, vuestro deseo de conocerlo cada vez mejor, vuestro compromiso de anunciar el Evangelio de salvación hasta los extremos confines de la tierra.
Vuestros coetáneos canadienses se preparan ya para acogeros calurosamente y con gran hospitalidad, junto con sus Obispos y las Autoridades civiles. Se lo agradezco ya desde ahora cordialmente. ¡Quiera Dios que esta primera Jornada Mundial de los Jóvenes al comienzo del tercer milenio transmita a todos un mensaje de fe, de esperanza y de amor!
Os acompaña mi bendición, mientras confío a María, Madre de la Iglesia, a cada uno de vosotros, vuestra vocación y vuestra misión.
En Castel Gandolfo, el 25 de julio de 2001
IOANNES PAULUS II
Mis motivos...
El domingo 11 de septiembre de 2011 Su Santidad me obtuvo la gracia de la salud; eran las cuatro de la mañana, terminé de rezar la Coronilla de la Misericordia que transmite Mariavisión y el abseso por el que cada vez se veía más cercana una operación, sanó y empezó a drenarse.
Escribo esto para no olvidarlo yo, para recordar mi promesa de convertirme en un promotor de la extensa y valiosísima aportación que Juan Pablo II hizo al mundo. A él, a la Santísima Virgen de Guadalupe y al Señor de la Divina Misericordia les dedico con todo respeto y agradecimiento este blog que espero sirva para la construcción de una sólida cultura de la vida en el mundo.
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